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jueves, 14 de abril de 2016

Pesadillas dentro de otras pesadillas

Con autorización de El Espejo Gótico, reproducimos el artículo "Pesadillas dentro de otras pesadillas":

Aquel marco poético diseñado por Edgar Allan Poe en Un sueño dentro de un sueño (A Dream Within a Dream), donde el acto de soñar produce distintos sustratos o planos de percepción donde es posible habitar, e incluso extraviarse eternamente, también tiene su aplicación dentro de las pesadillas.


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Para desarrollar el concepto de pesadillas dentro de otras pesadillas recurriremos a la más oscura, macabra, obscena y fascinante novela que se haya escrito sobre el tema: La pesadilla árabe (The Arabian Nightmare), de Robert Irwin.

La novela relata la historia de un hombre llamado Balian, que en el siglo XIV viaja a la ciudad de El Cairo. Agotado por la travesía, se duerme y tiene un inquietante sueño, en cuyo sustrato o plano de consciencia vuelve a dormirse, y a soñar, incesantemente.

Esta dinámica conduce a una especie de espiral descendente hacia las regiones más insondables del inconsciente. En la novela, Balian sueña que despierta, pero ese despertar es apenas la entrada a un nivel más profundo del sueño inicial.

Algunos seguramente recordarán la película de Christopher Nolan, Inception, donde es posible hundirse cada vez más en las regiones oníricas, es decir, construir sueños dentro de otros sueños; pero allí la dinámica es artificial, inducida. Sin embargo, esta estructura narrativa existe desde que la fantasía fue forjada.

En cierta forma, todas las historias en donde alguien despierta y entiende que TODO FUE UN SUEÑO, se inscriben en la estructura de las pesadillas dentro de otras pesadillas.

Si el acto de soñar existe únicamente para que el inconsciente florezca sin inhibiciones, el acto de estar despierto es el sueño del inconsciente, es decir, un espacio para que la consciencia desarrolle sus inhibiciones.

En otras palabras: cuando nuestra consciencia duerme entramos en el reino del sueño; y cuando elinconsciente sueña se produce el despertar. En este sentido, despertarse cada día es entrar a un nivel distinto de un único sueño.

Conceptos como realidad son exiguos para describir cualquiera de estos estados.

Si lo real se define en términos sensoriales, cualquiera que recuerde sus sueños podrá dar cuenta de que las emociones que allí aparecen pueden ser mucho más intensas que las de la realidad.

De hecho, la imposibilidad para determinar qué es real entre el sueño y la vigilia puede explicarse apelando a una de las reglas del propio sueño.

Nada de lo que ocurre en los sueños nos parece inusual: desde volar a encontrarse con una persona muerta. Sólo cuando despertamos nos damos cuenta de que algo extraño ocurría.

¿Pero qué sucedería si la misma mecánica se produce en la vigilia?

Es decir, que constantemente atravesamos sucesos extraños en la supuesta realidad pero que no adquieren el carácter de inusual hasta que estamos soñando.

Todos, en definitiva, somos habitantes del SUEÑO, y la única forma de despertar es seguir soñando más y más profundamente.

El concepto de pesadilla dentro de otra pesadilla propone que todos los sujetos somos parte del mismo ciclo. Citando nuevamente a Inception, en la película se aclara que es imposible recordar los instantes previos al comienzo del sueño. Uno sencillamente aparece en un lugar sin saber cómo se llegó hasta ahí. ¿No podríamos decir lo mismo del acto de despertar?

Los sueños comienzan en algún sitio, pero no tienen pasado inmediato. El despertar, por su parte, tampoco.

Uno despierta en la cama, si tiene suerte, pero nadie puede recordar cuál fue el último lugar en el que estuvo dentro sus sueños; salvo que el despertar se produzca de forma abrupta, justo en medio de un sueño.

Según la propuesta de Irving, esto prueba que despertarse de una pesadilla es un signo de que hemos descendido un escalón en los niveles del sueño; es decir, que despertarse a la vida real es una formalidad, una ilusión, que disimula ese descenso a sustratos más profundos.

Ahora bien, si nadie puede recordar cómo termina exactamente un sueño, tampoco es posible recordar cómo nos metimos en él.

Del mismo modo, tampoco podemos recordar el instante preciso en el que nos dormirnos; a lo sumo, cuando alguien nos perturba en ese momento, podemos sentir que estábamos a punto de quedarnos dormidos, pero no mucho más.

Recordemos que, justo antes de quedarnos dormidos, el cerebro atraviesa una serie de procesos que rara vez quedan impregnados en la memoria consciente.

En la novela de Irwin, cuyo nombre, The Arabian Nightmare, hace referencia a The Arabian Nights, más conocida como Las mil y una noches, el ciclo del sueño nunca termina, precisamente porque nadie puede recordar qué ocurrió antes de estar despierto; es decir, no hay eslabones en la cadena de consciencia, sino más bien transiciones imperceptibles que hacen de los dos estados, sueño y vigilia, una misma cosa.

El pobre Balian atraviesa un sinnúmero de historias que no tienen principio ni fin. Cada una es apenas un capítulo, un segmento, un algo incompleto que se deshace y rehace en otros episodios igualmente inciertos.

Cualquier similitud con la vida real es puramente intencional.

Nos gusta creer que la vida es una historia, un hilo narrativo que atravesamos de manera lineal; sin embargo, la mayoría del tiempo sostenemos un argumento plagado de instantes superfluos, de baches, de rupturas. Lo peor de todo es que, al despertar, nos disponemos conscientemente a continuar el mismo sueño, la misma pesadilla, que hemos dejado en suspenso al dormir.


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